Escribo repleta de tierra fértil, de calor de las manos de las hermanas, preñada de miradas amorosas y empatía.
Llegaron a mi casa llenas de deseo de acompañar mi tránsito, ilusionadas, se arremangaban para limpiar el bosque de mi casa, cocinando para la comunidad, poniéndomelo muy fácil, poniéndose al servicio de mi deseo: hacer mi hogar más mío.
En pleno climaterio, mientras me despido de mi sangre, de a poquito, sé que las hermanas son parte del pilar del atrevimiento, de la red de manos reales y brazos reales que me tejen por dentro y por fuera.Me atrevo y el llamado al coraje, se hace más suave y fácil.
A mi, me importa la mirada de la hermana, me sirve para escuchar y nombrar: lo suyo, lo mío, en lo que estamos, què nos altera el ritmo de la respiración, què nos sienta bien….nos hacemos de espejo retrovisor cuando alguna tiene un punto ciego por el que no logra verse y tomarse a veces.
Sentarnos en el sofá de las casa de las hermanas, delante del fuego, que las hermanas tengan lugar para ser vistas y miradas importa, eso nos hace vestir enteras, nos reconoce cíclicas, nos muestra un lugar sin juicio, de mujer a mujer, cuerpo a cuerpo, sin filtros. Los velos se van cayendo uno a uno , no hay condiciones para amar y ser amada, los corazones se caen bien, los vientres se reconocen, los reactivos se saben, donde no llega la una, llega la otra.
Encontrar esos lugares también significa disponibilidad para ofrecer, esta, en realidad, me parece la revolución del femenino profundo.
Nombro a las tejedoras hacedoras de mi camino, de la mano, a cada una, por la carne, la caricia y la escucha.